domingo, 21 de agosto de 2016

Historias para no dormir

Siempre he sentido debilidad por las personas rotas, por las heridas y grietas, porque, incluso allí, crecen flores.

Se sentó a nuestro lado. Sus movimientos eran rápidos y bruscos, como un tornado. Su ojos dos océanos color indefinido, entre marrón y gris. Profundos como dos agujeros sin fondo. Posó su mirada fija y perdida en mí. Hablaba rápido. 22 años y casi las mismas heridas en su cuerpo. Cogió mi mano y me hizo tocar cada una de ellas. Cicatrices superficiales, un brazo vacío de piel y músculos, una mano inútil, una bala en el pecho. Toqué cada una de ellas con mis cinco sentidos, como si las besara.

No podía dejar de preguntarme a mí misma qué tenía ese chico en la cabeza, cuántos recuerdos y cuántas emociones juntas se entrecruzaban en su mente. Después me enteré de que sufría ataques epilépticos, no me extrañó, pues lo que él había vivido era verdaderamente insoportable.

Al empezar la guerra en Siria se alistó en el Ejército Libre. Sus únicos amigos de verdad fueron sus compañeros. El dinero que les pagaban se lo daban a la gente que lo necesitaba. Después trabajaban para poder comer. Fue herido múltiples veces e ingresado en un hospital en Jordania. Allí conoció a una mujer iraquí de la que se enamoró. Acordó venir a Europa con ella pero llegado el momento ella no apareció porque tuvo problemas en las fronteras de Turquía.

“En el 2008 perdí la comunicación con mi familia y en el 2014 perdí a la mujer a la que quería y mi mano; ya no me queda nada más que perder”. Se equivocaba, todavía quedaba mucho que perder.

Había enterrado ya a cinco amigos suyos, otros tres fueron detenidos y del resto no sabía nada. La ira que tenía acumulada dentro no podía medirse. “Antes de irme he habría gustado degollar a cuatro personas, pero solo pude matar a una de ellas”. Un día se juntaron unos cuantos compañeros, fueron a buscar a esta persona y la metieron en un coche, la llevaron a su casa. Le ataron de pies y manos frente a su propia mujer e hijo pequeño. La mujer les suplicaba que le perdonasen, a lo que él respondió que había hecho tanto mal que era imposible perdonarle. Le mataron allí mismo. “Cuando enterraba a gente inocente, la sangre no tenía olor; sin embargo al matar ese hombre toda la casa apestaba; su alma estaba tan sucia que incluso su sangre olía mal”.

Era tan solo un niño cuando su vida dejó de llamarse vida. “Mi corazón está negro y aunque alguien intente ayudarme siempre estará negro” Un adulto prematuro en un cuerpo envejecido a la fuerza. Un ser humano sin esperanzas, sin nada que tire de él hacia delante. Le ofrecí una cuerda para salir del pozo, a pesar de ser incapaz de entenderle, a pesar de no tener ni idea de cómo hacerlo. Y la aceptó. Porque nadie antes le había lanzado una cuerda después de saber lo que yo sabía. 

Me abrazó como nadie antes me había abrazado. Fuerte, con un solo brazo. Con su cara húmeda en mi cuello. “Your heart beautiful” Me dijo con su poco inglés. Y mi pecho latiendo de rabia por dentro. ¿Por qué la vida era tan injusta?

Esto es tan solo un resumen de un caso real. Tan real como que ahora mismo estás leyendo mis palabras y tan real como que al mismo tiempo están muriendo miles de personas en la otra mitad del planeta.


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